dimarts, 26 de gener del 2010

Un article interessant....

http://www.lavanguardia.es/lv24h/20100126/53878380793.html

Tiempos difíciles, gente seria

La legislatura catalana es hoy un muerto viviente, un zombi: el Valdemar de Edgar Allan Poe


La historia del almacén central de residuos nucleares es instructiva. El proyecto comenzó a gestarse bajo la presidencia de Felipe González, época en la que en España aún se adoptaban decisiones estratégicas. Un único almacén sería más seguro, facilitaría el funcionamiento de las centrales nucleares en vida y contribuiría a saldar la onerosa factura francesa, poco conocida por el público, pero clave para acabar de entender la pertinaz subordinación de España al enérgico dictado de París. No hay carpeta importante (política exterior, lucha antiterrorista, conexiones interpirenaicas, balance energético...) en el que Francia no se halle en posición dominante respecto a España

Desde el fracaso del plan nuclear de Adolfo Suárez a finales de los años setenta, se han pagado unos 630 millones de euros por el almacenamiento en Francia (central de procesamiento de Le Hague) de los residuos generados por la extinta Vandellòs 1. A partir del 1 de enero del 2011, la prórroga del contrato costará 59.000 euros al día (21,9 millones anuales).

El proyecto esbozado en tiempos de González quedó paralizado durante las dos legislaturas de José María Aznar. El de Valladolid es un hombre de firmes convicciones –así lo repite cada cinco minutos–, pero también posee un fino olfato electoral. Siempre sabe lo que le interesa.

Tras los idus de marzo del 2004, el proyecto fue retomado, con verdadera pasión, por el ministro de Industria José Montilla. El ex alcalde de Cornellà llegó al paseo de la Castellana con muchas ganas de demostrar que era un abnegado gestor. Los proyectos difíciles no le asustaban y por Madrid comenzó a circular la leyenda del ministro insomne. Montilla dedicó horas a perfilar el nuevo almacén central de residuos. Se dibujó una estrategia y comenzó a esbozarse la hipótesis de Ascó, aunque este extremo es hoy negado por las fuentes oficiales. El municipio que acogiese el almacén sería bonificado con una asignación de 7,8 millones de euros durante 60 años, 700 millones de inversión, 500 empleos y un centro tecnológico de punta para la investigación del tratamiento de los residuos nucleares. Un atractivo proyecto para un ministro-alcalde.
Apenas entrenado, Montilla tuvo que regresar a Barcelona para consumar la defenestración de Pasqual Maragall, el proyecto favorito de José Luis Rodríguez Zapatero en el 2006. Y le sucedió otro alcalde. Un alcalde que no estaba para líos después del vía crucis del Fòrum de Barcelona. Cuando Joan Clos llegó al ministerio, mandó parar. ("Yo soy alcalde y sé lo que esto significa...", aún recuerdan haber oído algunas paredes del número 162 de la Castellana).

El sucesor de Clos, Miguel Sebastián, el inquieto Sebastián, el valido de Zapatero hasta hace poco, ha mantenido el proyecto en sordina hasta que la crisis ha puesto en evidencia la gravosa factura francesa. Ahora todo son prisas.
Por un extraño cálculo, los socialistas confiaban en que Convergència i Unió les sacase las castañas del fuego. El alcalde de Ascó es convergente. Bastaba con dejarle hacer, apoyarle discretamente y remitir la polémica decisión a la "esfera municipal". Con esa hoja de ruta (¿aún se dice así?), el Gobierno de la Nación, esto es, el Govern de la Generalitat, podía abrigar la esperanza de salir indemne del fregado. Un alto concepto de la Nación, sin duda, del que los magistrados del Tribunal Constitucional ya habrán tomado cumplida nota. Observe el lector que últimamente la política en Catalunya la hacen los alcaldes. Son los únicos que arriesgan.

Han sonado los previsibles tambores de guerra y la entera clase dirigente se ha asustado. Artur Mas no quiere sucumbir en el sur: se halla ante su tercera y última oportunidad. Mariano Rajoy dice que sobre este asunto no tiene opinión, y María Dolores de Cospedal, que quiere ser presidenta de Castilla-La Mancha, ha montado un sainete increíble con el municipio de Yebra (Guadalajara), también candidato al almacén.

Montilla tenía ante sí una oportunidad de oro (¿no es verdad Antoni Gutiérrez Rubí, perspicaz asesor presidencial?). Solo ante el peligro, podía haberse agigantado, desafiando las veleidades de una opinión pública que no quiere molestias, que está enfadada con todo, que no sabe lo que le pasa; que no se fía de la política y a la vez exige sólidos liderazgos. Era la hora de ser Pujol a lo grande. Era el momento óptimo para demostrar la seriedad en tiempos difíciles, pero el PSC ha tenido miedo a la ruptura del tripartito; ese zombi, ese muerto viviente, ese Valdemar de Edgar Allan Poe al que le espera un horroroso final.